Parque Casino de la Reina, Lavapiés. Madrid

Concurso

Primer premio / first prize 

Promotor

Ayuntamiento de Madrid

Constructor

Ortiz, S.A

Dirección

C/Casino con C/Rondo de Toledo

Fecha

1997 - 2001

Premio

Ayuntamiento de Madrid 2003,   Premio COAM 2000

EL JARDÍN DE LA MEMORIA 

El proyecto nace de un concurso restringido llevado a cabo por el Ayuntamiento de Madrid en 1997 sobre un lugar cargado de historia. Historia en sus arquitecturas, en su ajardinamiento, en su vida social, en su memoria. Una historia sobre la que el tiempo ha ido pasando, no siempre para bien. Esto es algo que ocurre frecuentemente en el desarrollo de las ciudades al superponer fragmentos inconexos o disgregar elementos únicos. 

La finca del Casino de la Reina perteneció a Manuel Romero, ministro de justicia de José Bonaparte, que se instaló en 1809 en los terrenos que pertenecían a los clérigos de San Cayetano a raíz de la desamortización ilustrada de Carlos IV. En ella construyó un jardín y una casa palacio que después de la marcha de los franceses fue incautada y comprada por el Ayuntamiento para ofrecérsela a la Reina Isabel de Braganza. 

Con el paso del tiempo el jardín se fragmenta, pasa a ser de distintas propiedades y aparecen construcciones, muros, modificaciones en la topografía, cambios de nivel, etc. Sin embargo, conservaba una vegetación importante con ejemplares singulares de arbolado entre los que destacaban los cedros y los celtis australis frente al edificio del Casino. Menos monumentales, pero igualmente singulares, grupos de brusonetias e higueras. Gracias a la vegetación existente el parque era reconocible como tal desde el primer momento. El trabajo fundamental del proyecto consistió en dar continuidad topográfica al conjunto, dando solución a los cambios de nivel que con los años habían surgido entre las distintas propiedades, y adaptar la nueva topografía a los árboles existentes. Se realizó una labor estadística sobre todos los ejemplares para determinar su especie, su estado, su altura, su envergadura, y la cota de nivel a la que estaba situado cada ejemplar. 

Entendíamos el parque como un lugar de percepción sensorial; los aromas, los colores, los cambios estacionales... la sombra como protección del calor; el sol como abrigo; las texturas bajo los pies; el sonido de las hojas caídas al pasear o el sonido del viento en las hojas. Entendíamos el parque como las cosas no figuran en los proyectos, las sensaciones, las ilusiones, la actividad, los recuerdos. 

Un parque es la MEMORIA de sus gentes, la suma de memorias. Por eso un parque que nace de cero todavía no es un parque. La memoria de un parque se convierte en una condición casi táctil. Se puede sentir y tocar. Los árboles nos hacen recordar lo que todavía no conocemos. 

Como condensadores de memoria, los grandes árboles del parque son líneas de fuerza entre un pasado arraigado y un futuro volátil. Nuestro parque tiene fragmentos de memoria condensada en varias de sus esquinas y bajo el plano del suelo. Memoria que aflora las piedras encontradas en las excavaciones y colocadas en los nuevos caminos; en las líneas de texto que indican los legajos históricos que refieren el lugar, placas metálicas incrustadas en algunos caminos; también las huellas de parejas de pies que, empotradas en el pavimento simbolizan las distintas acciones que la Reina realizara en su jardín recreo: pasear, danzar, contemplar… según interpretación de la escultora Esther Pizarro. 

Un parque es un paisaje de actividad. Un espacio que se realiza mediante las acciones de quienes lo usan. Para fomentar distintas actividades propusimos la unión de espacios diversos: la lengua de césped, contenida entre las dos arterias principales, que respira mediante parterres de lavanda; el laberinto de setos de arizónica que tamiza visualmente el encuentro entre el parque y la Ronda de Toledo; las terrazas del jardín de las higueras como recinto cóncavo para la estancia y la contemplación; o la franja norte junto a la calle Casino con los accesos, los edificios, la zona de juego de niños…

Arquitectos Alberto Martínez Castillo, Beatriz Matos Castaño Aparejador Alberto López Díez Colaboradores Fernando Sanz, Montse Rallo, Carmen Bango, Marta Ramírez, Lorena Prieto, Amanda Schachter, David Casino, Jose Ignacio Toribio Ingeniería Torroja Escultura Ester Pizarro Fotografías Jordi Bernardó, Alberto Martínez Castillo

EL JARDÍN DE LA MEMORIA 

El proyecto nace de un concurso restringido llevado a cabo por el Ayuntamiento de Madrid en 1997 sobre un lugar cargado de historia. Historia en sus arquitecturas, en su ajardinamiento, en su vida social, en su memoria. Una historia sobre la que el tiempo ha ido pasando, no siempre para bien. Esto es algo que ocurre frecuentemente en el desarrollo de las ciudades al superponer fragmentos inconexos o disgregar elementos únicos. 

La finca del Casino de la Reina perteneció a Manuel Romero, ministro de justicia de José Bonaparte, que se instaló en 1809 en los terrenos que pertenecían a los clérigos de San Cayetano a raíz de la desamortización ilustrada de Carlos IV. En ella construyó un jardín y una casa palacio que después de la marcha de los franceses fue incautada y comprada por el Ayuntamiento para ofrecérsela a la Reina Isabel de Braganza. 

Con el paso del tiempo el jardín se fragmenta, pasa a ser de distintas propiedades y aparecen construcciones, muros, modificaciones en la topografía, cambios de nivel, etc. Sin embargo, conservaba una vegetación importante con ejemplares singulares de arbolado entre los que destacaban los cedros y los celtis australis frente al edificio del Casino. Menos monumentales, pero igualmente singulares, grupos de brusonetias e higueras. Gracias a la vegetación existente el parque era reconocible como tal desde el primer momento. El trabajo fundamental del proyecto consistió en dar continuidad topográfica al conjunto, dando solución a los cambios de nivel que con los años habían surgido entre las distintas propiedades, y adaptar la nueva topografía a los árboles existentes. Se realizó una labor estadística sobre todos los ejemplares para determinar su especie, su estado, su altura, su envergadura, y la cota de nivel a la que estaba situado cada ejemplar. 

Entendíamos el parque como un lugar de percepción sensorial; los aromas, los colores, los cambios estacionales... la sombra como protección del calor; el sol como abrigo; las texturas bajo los pies; el sonido de las hojas caídas al pasear o el sonido del viento en las hojas. Entendíamos el parque como las cosas no figuran en los proyectos, las sensaciones, las ilusiones, la actividad, los recuerdos. 

Un parque es la MEMORIA de sus gentes, la suma de memorias. Por eso un parque que nace de cero todavía no es un parque. La memoria de un parque se convierte en una condición casi táctil. Se puede sentir y tocar. Los árboles nos hacen recordar lo que todavía no conocemos. 

Como condensadores de memoria, los grandes árboles del parque son líneas de fuerza entre un pasado arraigado y un futuro volátil. Nuestro parque tiene fragmentos de memoria condensada en varias de sus esquinas y bajo el plano del suelo. Memoria que aflora las piedras encontradas en las excavaciones y colocadas en los nuevos caminos; en las líneas de texto que indican los legajos históricos que refieren el lugar, placas metálicas incrustadas en algunos caminos; también las huellas de parejas de pies que, empotradas en el pavimento simbolizan las distintas acciones que la Reina realizara en su jardín recreo: pasear, danzar, contemplar… según interpretación de la escultora Esther Pizarro. 

Un parque es un paisaje de actividad. Un espacio que se realiza mediante las acciones de quienes lo usan. Para fomentar distintas actividades propusimos la unión de espacios diversos: la lengua de césped, contenida entre las dos arterias principales, que respira mediante parterres de lavanda; el laberinto de setos de arizónica que tamiza visualmente el encuentro entre el parque y la Ronda de Toledo; las terrazas del jardín de las higueras como recinto cóncavo para la estancia y la contemplación; o la franja norte junto a la calle Casino con los accesos, los edificios, la zona de juego de niños…

Arquitectos Alberto Martínez Castillo, Beatriz Matos Castaño Aparejador Alberto López Díez Colaboradores Fernando Sanz, Montse Rallo, Carmen Bango, Marta Ramírez, Lorena Prieto, Amanda Schachter, David Casino, Jose Ignacio Toribio Ingeniería Torroja Escultura Ester Pizarro Fotografías Jordi Bernardó, Alberto Martínez Castillo